jueves, noviembre 21, 2024

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Manuel Uruchurtu, el único mexicano en el Titanic

Algunos dicen que el destino de cada uno ya está marcado, otros que son las circunstancias y unos cuantos que es la casualidad la que nos orilla a ciertos pasajes en la vida.

Cualquiera de estas hipótesis pueden ser ciertas al hablar de Manuel Uruchurtu, el único mexicano que viajó a bordo del Titanic y del que todos sabemos su trágica historia.

Manuel era oriundo de Hermosillo, Sonora, y había viajado a Europa para visitar a unos amigos y conocer las cortes de España.

Para su regreso tenía previsto hacerlo en un barco normal, nada lujoso como el Titanic, pues no le alcanzaban los recursos para navegar en una embargación tan pudiente.

Pero aquí vienen los juegos del destino. Uno de sus amigos le consiguió de un boleto de primera clase poco antes de emprender el viaje de regreso a México.

Esta noticia se la hizo saber a su esposa Gertrudis Caraza a través de un telegrama. Le informó que viajaría por mar en una embarcación “insumergible”…

Irónicamente, la siguiente noticia que la familia tuvo de él fue la del naufragio y que su cuerpo nunca fue encontrado. Pero Manuel dejó una historia que puede catalogarse como caballerosa y hasta heroica.

Dentro de la confirmación de la muerte del señor Uruchurtu, se informó a su familia que al calor del momento para sobrevivir, cedió su lugar en un bote salvavidas a una mujer llamada Elizabeth Ramell Nye.

Cuentan las crónicas de aquellos tiempos que años después, en 1916, la señora de origen inglés fue a Hermosillo para encontrarse con la familia de la persona a quien le debía la vida.

La historia de Manuel fue plasmada en la novela de la escritora mexicana, Guadalupe Loaeza, titulada El caballero del Titanic. Lo llamativo es que el detalle de su generosa acción no aparece en el libro.

La escritora aseguró que no encontró nada que sustente esta anécdota, pero su bisnieto Antonio cuenta que sí sucedió, a pesar de que no haya algo tangible que lo compruebe.

El propio bisnieto seguró que existió el testimonio de Elizabeth, pues ella se lo contó a la familia Uruchurtu en su viaje a Sonora en aquel 1916; vecinos y un maestro que hizo de traductor respaldan la versión del bisnieto.

 

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