De acuerdo con el arqueólogo Leonardo López Luján, la diosa-madre de la tierra “Coatlicue” en la plástica mexicana, en el siglo XX, fue una musa para su arte, muestra de ello comienza con el lienzo Nuestros Dioses Antiguos, que en 1915 pintó Saturnino Herrán y en el que sintetizó los elementos religiosos tanto indígenas como españoles, de esta manera, en esta obra aparecen fusionados un crucifijo y la Coatlicue.
En la década de los 20, Miguel Covarrubias hizo una caricatura para la revista Vanity Fair, en donde “retrata en medio de un elegante cóctel a la Coatlicue“.
En 1932, Clemente Orozco viaja a Hannover, Estados Unidos, y en la Biblioteca Baker del Dartmouth Collage, realiza una serie de murales, entre ellos La industrialización, en el que aparece retratada la Coatlicue como el alma que impulsa una maquinaria.
Años después, en Guadalajara, en el Hospicio Cabañas pinta el mural Sacrificio que en una de sus escenas retrata a una Coatlicue guerrera, con arco y flecha.
En 1933, Diego Rivera, con el apoyo de Edsel Ford, pintó un mural para el Institute of Arts, en Detroit, Estados Unidos, donde plasmó La Coatlicue mecánica.
En 1934, Rivera regresó a México y en el Museo Anahuacalli creó, en uno de los pisos, un mosaico que nada tiene que ver con la obra pintada en EU, “aquí hace una representación realista de la escultura que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología”.
Cinco años después, en plena Guerra Mundial, Diego Rivera viajó a San Francisco donde realizó el mural Unidad Panamericana en el que representó la unión del continente americano y fusionó las dos pinturas anteriores de la diosa —la realista y la mecánica-—, y lo exhibió en la Exposición Internacional Golden Gate, de esa ciudad estadunidense.
El arqueólogo López Luján destaca que en la Colonia, a la Coatlicue se le conocía como Teoyaomiqui, deidad vinculada con los muertos, y fue hasta 1867 que fue totalmente identificada como una diosa asociada con la tierra y la fertilidad.
Fuente: INAH.